Por
Aurelio Nicolella
LA NOSTÁLGICA LIRA |
La
crisis que atraviesa Italia ha sido tildada como la más grave desde la
finalización de la Segunda Guerra Mundial. Algunos expertos creen que aquel dos
mil dos, cuando la República Italiana abandonó su “señoreaje”, o sea su
soberanía monetaria para ingresar junto con el resto de países de la Comunidad
Europea a la que se denominó la zona “Euro”, predecían que a largo o corto
plazo alguna crisis financiera alcanzaría al país del Dante. Y no le faltaron
razones. La crisis ya está entre los habitantes de la península, el período de
bienestar desde hace tiempo ha dejado de ser parte de las virtudes de la
política italiana como se pregonaba allende las fronteras del país.
Palabras
que los italianos no estaban acostumbrados a escuchar o solo las sentían en los
noticieros televisivos sobre países lejanos, hoy son parte de su vocabulario
diario: “recesión”, “menor consumo”, “presión fiscal”, “comedores sociales”, “gente
sin techo” y la tan temida palabra “desocupación”.
Pero
todo tiene un por qué: las crisis de España, Grecia, Portugal e Italia son
productos de economías que se sustentaban últimamente más en los servicios y en
el gasto social indiscriminado para mantener elefantes improductivos que en la
creación de trabajo genuino a largo plazo. El camino debería haber sido éste o
la salida de la zona del euro, ya que dentro de un sistema monetario que es gobernado
por el único dueño de estancia la “Alemania Unificada”, lo más plausible para
Italia hubiera sido no haber entrado a jugar.
Cuando
los padres fundadores de la Comunidad Económica Europea la crearon, el mundo
estaba dividido. Por el lado occidental, Estados Unidos exigía a la zona
europea de su influencia no solo que no hicieran más la guerra entre ellos sino
que evitaran por todos los medios que la amenaza marxista invadiera sus
territorios. Pero la caída del muro de Berlín, sin la amenaza comunista, dejó sin sentido lo que décadas atrás
personajes como Konrad Adenauder, Alcides De Gasperi o el mismísimo Charles de
Gaulle pregonaban.
Hoy
Europa no hace la guerra, pero los efectos de una guerra se ven en países como
Italia. Mientras la política italiana y sus actores se discurren entre
palabras, proyectos y análisis, los comedores sociales abundan y crecen, a los
sin techo “senzatetto” se los ve divagar por las principales ciudades italianas
entre el patrimonio artístico de la humanidad y los restaurantes abarrotados de
turistas extranjeros, una realidad que el italiano común años atrás solo veía
en los documentales que hablaban de países lejanos. Se calcula que cerca de
once millones de italianos no pueden permitirse una comida proteica adecuada al
menos cada dos días. Es la conclusión del informe elaborado conjuntamente por
la principal asociación de empresarios agrícolas “Coldiretti”, y por el Centro
de Estudios Sociales (Censis).
Otro
ejemplo es lo que le suceden a las comunas italianas, donde la administración
comunal es el termómetro del país: las municipalidades reciben un veinte por
ciento menos ingresos que desde hace un lustro a esta parte, en las pequeñas
comunidades eso se siente y mucho, ya que deben restringir servicios básicos.
Durante
las postrimerías del gobierno de Berlusconi y el de Monti, la presión fiscal
sobre los italianos fue brutal. Se triplicaron los impuestos, lo que hizo que
muchos ciudadanos dejaran de abonar sus obligaciones con el fisco y la balanza
de ingresos decayera.
El actual
gobierno de Matteo Renzi intenta reactivar la economía italiana que padece un
crecimiento cercano a cero y una de las tasas de desempleo más altas de Europa.
A su vez, impuso un plan de flexibilización laboral que ha sido resistido por
las centrales sindicales. Las manifestaciones contra su gobierno se ven a
diario en las calles de las ciudades. Por ello, lo acusan propios y ajenos de
utilizar políticas neoliberales a pesar de gobernar en nombre de la
centroizquierda que siempre estuvo al lado de los que menos tienen. Muchos
creen que en el año 2015 habrá elecciones anticipadas, porque será difícil que
el gobierno mantenga el voto de confianza de sus aliados que no quieren ser
arrastrados al abismo.
El
Presidente de la República, Giorgio Napolitano, llamado “El rey Jorge” por
muchos italianos en forma despectiva, ha manifestado su renuncia alegando
cansancio. Muchos ven en su actitud una forma elegante de esquivar la
responsabilidad constitucional. Y pensar que se vanagloriaba el anciano jefe de
estado de haber sido el primer presidente itálico en ser reelegido en la
historia de la nueva república italiana.
La
crisis en su comienzo hubiera sido evitada con una pequeña devaluación, pero
para eso era necesario tener a la vieja lira, como dijo oportunamente el
economista italiano Alberto Bagnai.
A nadie
escapa que la unión monetaria imposibilita que países con diferente potencia
económica puedan convivir armoniosamente: la economía italiana y la alemana
tuvieron siempre diferencias y ello siempre posibilitó que la industria germana
avanzara más que la italiana. Debemos remontarnos al famoso plan Marshall que
fue dirigido a toda la Europa bajo influencia estadounidense. Este intento no fue
distribuido de la misma manera: en Alemania Federal y en la Berlín de las
cuatro zonas de ocupación fue donde mayor interés recaía para los
norteamericanos, el resto era considerada una segunda línea a no descuidar pero
no a priorizar. Así, la Alemania Capitalista debía ser el muro ante los
intentos del comunismo de penetrar en la “Europa Libre”. Alemania pudo salir
adelante por los favores recibidos, se le dejaron intactas muchas de las
industrias bélicas que hicieron parte de la aventura nazista, en contra de lo
que Gran Bretaña proponía de desmantelarlas y ser entregadas como trofeos de
guerra a los vencedores.
Pocos
saben que Italia no sacó una buena tajada del famoso Plan Marshall, al
contrario, todo fue recibido a cuenta gotas. El milagro italiano fue realizado
por políticos visionarios como Alcides de Gasparis o emprendedores del país
como Enrico Mattei, que apostaron a la creación de industrias con lo poco que
quedaba de la guerra y por la emigración post-guerra que posibilitó
indirectamente que la desocupación cediera, emigración que ayudó en los
primeros años con las remesas de dinero a familiares.
Hoy no
hay Plan Marshall, ni comunismo amenazante, ni se ven políticos visionarios. Los
emprendedores italianos escasean o piensan en abrir industrias en otros tipos
de países, como por ejemplo Albania. Los que emigran lo hacen ya no con la idea
de hacer “L’América” y regresar al “bel paese”. Italia y los italianos están
ante la disyuntiva que, como decía el padre de los poetas, Dante Alghieri, “no
hay mayor dolor que recordar los tiempos felices desde la miseria”.