Por Aurelio Nicolella.
Uno de los fenómenos del siglo XX que se da en la clase dirigente argentina es la de los sindicatos, una definición sobre ello es que en Argentina “los sindicatos son de orientación derechista con un fuerte contenido burgués”, siendo el único país en el mundo que posee una dirigencia sindical que es de esa inclinación política, y no de izquierda como en el resto del mundo. Es común ver en los sindicatos argentinos sacos y corbatas, en vez de mamelucos de trabajo. Por lo tanto es un caso único, ningún país del mundo posee sus Confederaciones de Trabajadores de esa orientación.
Lo cierto es que en la República Argentina el sindicalismo fue una realidad tardía, como también lo fue, el desarrollo industrial, ello debido a que la Argentina fue un estado esencialmente agropecuario.
Uno puede ver en la actuación de los delegados sindicales, que se comportan dentro de cada gremio como si fueran los dueños y patrones del mismo y en donde los trabajadores serían sus empleados y no sus camaradas o compañeros de trabajo, como estos creen que no deben rendir cuenta de sus gestiones a sus representados, y además se olvidan de guardar y velar por los derechos de los trabajadores como clase laborativa.
Es común que la clase dirigente sindical realice a espaldas de éstos arreglos y prebendas con la parte empresarial, y que siempre dichos negociados sean ignorados por sus representados, los cuales desde ya ni participan en los mismos.
La estructura sindical argentina carece de contenido democrático, es más, el trabajador no es llamado a participar, ni siquiera a opinar. Su voto se encuentra cautivo siempre por las decisiones de los jerarcas de presentar listas únicas o listas paralelas, cometiéndose así grandes abusos contra los propios agremiados, sin contar que dichos jerarcas posen fuerzas de choque para amedrentar a sus posibles oponentes y disidentes, con lo cual podemos ver que la participación de las bases es completamente nula; no se pide consejos, ni tampoco se la hace partícipe de ni siquiera las mínimas decisiones, por lo que jamás un trabajador tendrá acceso al presupuesto de su gremio, sindicato u obra social. Ello demuestra que la clase dirigente sindical es una típica estructura verticalista.
Otra cuestión que caracteriza importantemente a los sindicatos argentinos es la convivencia entre la clase dirigente sindical y la política de turno; siempre la primera tratará de arrancarle a la segunda la seguridad de continuar con sus privilegios, los que deberán ser intocables, y en caso de que el gobierno de turno pretenda implementar cambios, la estructura sindical comenzará entonces una “lucha” invocando a los trabajadores a un movimiento trabajador para forzar y doblegar al gobierno de turno a dejar sin efecto los cambios a introducir en el área sindical, entonces es ahí donde se ve cómo funciona el “verticalismo sindical”.
En el ámbito internacional; ya sea en los organismos internacionales, como la OIT (Organización Internacional del Trabajo) u otros organismos que nuclean a sindicatos de varios países, dichos sindicalistas argentinos no son bien vistos, ya que se los considera como personas sin liderazgo real, carentes de solidaridad propia y ajena, no comprometidos con la lucha de la clase trabajadora, sin conocimiento de ideales a los que seguir y propensos a traicionar, más que a sus colegas internacionales a sus propias bases: los trabajadores. Es común escuchar en dichos ambientes internacionales la siguiente frase: “En Argentina hay trabajadores pobres y sindicalistas ricos”. Ello debido a la forma ostentosa en que viven estos últimos.
Está claro que los jerarcas sindicales usan la estructura sindical con el fin de proyectarse políticamente como económicamente, es común ver a un delegado sindical presidiendo su sindicato y a la vez ser diputado, senador o ejercer un cargo público en los distintos poderes ejecutivos, tanto nacional y provincial, como municipal, con lo cual suele ser un trampolín para sus aspiraciones políticas.
Lo cierto es que el sindicalismo argentino deberá realizar un cambio importante, dicho cambio debe nacer de las bases, proyectándose hacia los estamentos superiores de las estructuras sindicales. Estamos en un momento ideal en Argentina para hacerlo, dejar pasar la oportunidad solo hará que se pierda un tiempo importante.